Himes, Chester B. - «Sepulturero» Jones & «Ataúd» Johnson 6 - ¡Corre, hombre, corre!

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Himes, Chester B. - «Sepulturero» Jones & «Ataúd» Johnson 6 - ¡Corre, hombre, corre!

Notapor JuanDeLezo » 28 Mar 2015, 14:14

¡Corre, hombre, corre!

Himes, Chester B.
Saga: «Sepulturero» Jones & «Ataúd» Johnson - 6
Título: ¡Corre, hombre, corre!
Autor: Himes, Chester B.
ISBN: 9788446035138
Año de publicación: 2012
Primera edición: 1960
Título original: Run man, run
Colección: Básica de bolsillo Akal
Recomendado por: JuanDelezo

Walker, un amargado policía de Nueva York, se transforma cuando bebe en un violento salvaje. Un gélido día de invierno, al entrar con paso ebrio en una cafetería, mata a dos empleados negros sólo «porque estaban allí», y persigue a un tercer testigo de los asesinatos en una de las cacerías con mayor suspense jamás escritas. Ambientada en Harlem, esta novela es probablemente la más dramática y emocionante que escribió Chester Himes.

La historia comienza más allá de H, más allá del Harlem, más allá del férreo, aunque convencional, límite del ghetto, donde la supremacía blanca no se halla normalmente en cuestión. La voluntad y el capricho del blanco con la ley, y si es en Harlem, es el fundamento del enfrentamiento y de la violencia. Más allá de su asignado entorno, el hombre negro parece no tener más remedio que aceptar, con triste resignación y una indiscriminada aceptación, la arbitrariedad que se ejerce contra él. Lo contrario, aun cuando se exprese de la forma más humilde y temerosa que sea imaginable, puede significar de inmediato la muerte.



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Himes, Chester B. - «Sepulturero» Jones & «Ataúd» Johnson 3 - Un extraño asesinato Debe registrarse para ver este enlace. Gracias por su visita.
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Re: Himes, Chester B. - «Sepulturero» Jones & «Ataúd» Johnson 6 - ¡Corre, hombre, corre!

Notapor JuanDeLezo » 28 Mar 2015, 14:23

Este libro también he tenido que corregirlo como el número 5. Qué vergüenza de traductores. Pero el esfuerzo merece la pena con Chester. En esta ocasión no aparecen Sepulturero Jones y Ataúd Johnson, no obstante veréis que debido a la historia en sí no es necesaria su presencia y, que se lee todo de un tirón, porque uno no puede dejar la historia.

Bueno, ahora os invito a dar un paseo con el protagonista, en una mañana , haciendo un recorrido gastronómico y un adecentamiento de imagen típicos de Harlem mientras nos enteramos qué libros interesaban en el ghetto:

Al pasar ante la cabina de un limpiabotas siguió un impulso repentino y tomó asiento en la fila de sillas elevadas. Un cartel en la pared anunciaba que la limpieza costaba:

Normal 15 cts.
Especial 20 cts.
De lujo 25 cts.


—Normal —dijo al limpia.
El limpia le dedicó el silencioso trato reservado para los tacaños y empezó a pasar líquido limpiador por sus zapatos oscuros como si estuviera pensando en cosas más agradables.

No había comido aquella mañana y los dos tragos de ginebra en un estómago vacío le habían dejado la cabeza ligerita y la barriga con ganas de comer.
El Fran’s Restaurant estaba al otro lado de la calle, pero los camareros que servían a la hora de comer eran casi todos blancos, tipos anticuados, de la época en que aquél era un lugar segregacionista estrictamente reservado para los blancos, y a él no le gustaba la condescendencia ajena. Así que siguió andando hacia la Séptima Avenida, cruzando la sólida fachada de ultramarinos, farmacias, zapaterías, sombrererías, carnicerías, tiendas de chucherías y el Blumstein, los mayores grandes almacenes de aquella zona. Al otro lado de la calle el Theresa Hotel ocupaba la esquina. En la planta baja había un bar llamado Chock Full O’Nuts. Lo dejó atrás. Nunca se había preocupado por saber si aquello quería decir que el lugar estaba lleno de nueces hasta rebosar o si la comida lo estaba o si los clientes se quedaban atontados después de comer lo que allí daban. No podía imaginar nada más desagradable que estar chock full of nuts.
Cruzó la entrada y se metió en el restaurante del hotel, contiguo al vestíbulo. Se sentó en un alto taburete ante el mostrador y comió un desayuno de salchichas fritas, huevos revueltos, dos tostadas con mantequilla y un café con un poco de leche condensada, todo ello servido por una camarera de ojos soñolientos. Por noventa centavos era un buen desayuno y dejó propina a la camarera.

Salió y se detuvo en el siguiente establecimiento para leer los títulos de libros escritos por negros que se exhibían en la vitrina de la librería del hotel. Black no more, de George Schuyler, leyó; Black thunder, de Arna Bontemps, The blacker the Berry, de Walace Thurman, Black metrópolis, de Cayton y Drake, Black boy, de Richard Wright, Banana Bottom, de Claude McKay, The autobiography of an ex-colored man, de James Weldon Johnson, The conjure-man dies, de Rudolph Fisher y Not without laughter, de Langston Hughes.
Al alzar la vista vio su imagen reflejada en el escaparate. El pelo le sobresalía bajo el ala del sombrero como lana bajo las orejas de una oveja.
«Si no me corto el pelo pronto pareceré el Tío Sam en versión original», se dijo, y se dirigió a la peluquería sita al sur de la Calle 124.
Entró en una peluquería y…
Le pusieron el delantal de nylon y el peluquero le colocó una hojita de papel alrededor del cuello.
—Sólo cortar —dijo.
El barbero le esculpió el pelo con la maquinilla eléctrica y le recortó las puntas de la nuca con las tijeras.
—Corte un poco de arriba —dijo Jimmy.
—Debería alisárselo —sugirió el peluquero—. Tiene usted el tipo de pelo apropiado; espeso y grueso.
—Nunca podría enderezar mis rizos —dijo Jimmy riendo.
—Oh, sí —dijo el barbero—. Se quedaría tan suave como la seda y tan liso como el de los blancos. Le dejaré una onda y todo, si usted quiere.
Jimmy miró a los otros hombres de pelo alisado. Uno lo tenía ondulado como una mujer. De pronto pensó en el detective que entrara en el Big Bass Club y hablara con Linda, su pelo rubio brillante bajo las luces amortiguadas. Quizá fuera el pelo del muy hijo puta lo que había encandilado a Linda, pensó; quizá fuera aquello lo que había hecho que la chica creyera en el aspecto inocente del tipo. Las mujeres de color eran unas simplonas en lo relativo al pelo lacio, pensó.
—¿Cuánto me costará? —preguntó.
—Siete dólares. El precio incluye el corte. Pero le durará un par de meses —dijo el barbero—. No tendrá más que venir y pasar por las tenacillas cada dos semanas.
—De acuerdo —decidió Jimmy—. Empiece.
El barbero le colocó alrededor del cuello una toalla de baño y luego le derramó un poco de espesa vaselina amarilla en el pelo, dándole masajes en el cuero cabelludo.
—Esto es para que no se queme —explicó el hombre mientras trabajaba. Cogió entonces un ancho frasco de espesa emulsión blanca y se la aplicó con una espátula de madera—. Esta porquería que hace el alisado es fuego líquido.
—¿Qué es? —preguntó Jimmy.
—No lo sé con exactitud —admitió el barbero mientras introducía lentamente el alisador en la vaselina—. Unos dicen que está hecho de harina de patata y lejía, otros que de patatas crudas y lejía. El caso es que tiene lejía.
Jimmy sintió que el cuero cabelludo se le quemaba entre la espesa capa de vaselina.
—Maldita sea —murmuró.
Utilizando un peine de metal de púas finas y mango de madera, el barbero echaba la dúctil pasta hacia delante y hacia atrás hasta que el pelo se quemó hasta las raíces. Luego fue peinándolo hacia atrás y hacia delante hasta que quedó tan liso como un hilo de seda.
Cuando terminó el proceso de alisamiento, el barbero condujo a Jimmy hasta una palangana de la serie que había al fondo del establecimiento y le lavó el pelo en agua caliente y jabonosa hasta que las guedejas quedaron limpias del todo. Lo que fuera denso matorral de pelo rizado era a la sazón una mata de pelo mate tan liso que se le hincaba en la cabeza. El barbero lo condujo al sillón y le masajeó el pelo con loción de petróleo para darle lustre. Hecho esto, le peinó y le confeccionó unas cuantas ondulaciones grandes. Le colocó una red en torno de la cabeza y lo puso bajo el secador en un rincón mientras empezaba la faena con otro cliente. Cuando tuvo el pelo seco, el barbero le quitó la red y Jimmy vio su cabeza convertida en un muestrario de amplios bucles. La operación había durado dos horas.
Se miró en el espejo. El alisarse el pelo le daba una sensación extraña. Sabía que estaba más guapo, pero se sentía vagamente avergonzado, como si hubiera traicionado a su raza.

Después se dio cuenta de que volvía a tener hambre. Deseaba enormemente una buena comida casera, al estilo sureño: pies de cerdo con maíz; morro de cerdo con nabos; menudillo cocido con arroz y guisantes; costillas asadas con batatas; tortas de maíz crujientes; barbos fritos y potaje de frijoles; y un poco de pastel de moras; y hasta una ración de galletas de leche de manteca con melaza de sorgo.
Siempre había oído que se puede encontrar de todo en Harlem, desde un Cadillac morado hasta una camiseta hecha con sacos de harina. Pero él no había encontrado nada bueno para comer. Las grandes cadenas de cafeterías habían llegado y desbancado a los pequeños restaurantes. Lo único que podía encontrarse eran chuletas asadas y patatas fritas; filetes y puré de patatas; platos especiales de espinacas con salsa y remolachas de Harvard, judías verdes y arroz hervido; todo tipo de ensaladas absurdas: ensalada de atún y cangrejo, ensalada de pollo, ensalada de huevo. Los fabricantes de ensaladas tenían que sufrir sin duda de locura salina, pensó. ¿De qué color cagaría uno después de comer una cosa así? Pues habían fabricado incluso una pasta de ensalada cuando todo el mundo estaba de ensaladas hasta las narices: no había más que esparcir la pasta en dos rebanadas de pan y ya tenía el señor un bocadillo de ensalada.
Quería comer algo sólido que caldeara el estómago de un hombre y le diera ánimos. Estaba harto de comer lo que daban en Schmidt & Schindler, comida al estilo de los restaurantes rápidos, sin que importara la calidad de lo que se servía.
Llegó ante el escaparate de cristal ahumado y cortinas corridas en que un cartel anunciaba: COCINA CASERA. Parecía un lugar familiar. Entró y se sentó en una de las cinco mesas vacías y cubiertas por un mantel de hule blanquiazul. A un lado, un fuego de carbón ardía en una estufa panzona. Calentaba tanto que un hombre podía tostarse la piel.
Pidió morro de cerdo y nabos, con un plato aparte de guisantes. Los untó con una salsa caliente hecha de semillas de chile. El plato caliente y la salsa nada fría le escaldaron el paladar y le quemaron la garganta al tragar. El sudor le corría por la cara, resbalándole hasta la mandíbula. Pero cuando terminó se sintió un hombre nuevo. Se sentía agresivo y desprovisto de todo temor; como si pudiera coger al homicida por el pescuezo y retorcérselo.
Permaneció allí engullendo taza tras taza de café hervido tan fuerte que podía dejar tieso al mismo diablo, hasta que fue hora de irse.
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Re: Himes, Chester B. - «Sepulturero» Jones & «Ataúd» Johnson 6 - ¡Corre, hombre, corre!

Notapor Kou » 28 Mar 2015, 22:48

¿Además de todo lo que nos ofreces te has dedicado a corregir? Juan de Lezo, te mereces un monumento. :Doncorleone
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Re: Himes, Chester B. - «Sepulturero» Jones & «Ataúd» Johnson 6 - ¡Corre, hombre, corre!

Notapor JuanDeLezo » 28 Mar 2015, 23:22

Sí, así evitamos leer que «le dio un envión a la puerta y aunque el piso estaba mugroso, el piso parecía limpio en aquel piso del final del cuarto piso» por: le dio un empujón a la puerta y aunque el suelo estaba sucio, el piso parecía limpio al final de aquella planta.
Creo que al final, he escrito yo la cuarta parte del libro. Que hoooooorror.
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Re: Himes, Chester B. - «Sepulturero» Jones & «Ataúd» Johnson 6 - ¡Corre, hombre, corre!

Notapor Kou » 28 Mar 2015, 23:26

JuanDeLezo escribió:Sí, así evitamos leer que «le dio un envión a la puerta y aunque el piso estaba mugroso, el piso parecía limpio en aquel piso del final del cuarto piso» por: le dio un empujón a la puerta y aunque el suelo estaba sucio, el piso parecía limpio al final de aquella planta.
Creo que al final, he escrito yo la cuarta parte del libro. Que hoooooorror.


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