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Alarcón, Pedro Antonio de - Diario de un testigo de la Guerra de África

NotaPublicado: 16 Ene 2016, 11:26
por JuanDeLezo
Diario de un testigo de la Guerra de África

Alarcón, Pedro Antonio de
Título: Diario de un testigo de la Guerra de África
Autor: Alarcón, Pedro Antonio de
ISBN: 9788496115354
Primera edición: 1859
Recomendado por: JuanDeLezo
Calificación: Imagen 7,71

En 1859 un joven periodista granadino, pero ya aclimatado a la agitada vida política de Madrid, se deja llevar por la ola de patriotismo desorbitado que inunda España, y se apresta a marchar como voluntario a la guerra contra Marruecos, a la llamada Guerra de África (a posteriori, será solamente la primera Guerra de África). Se embarcará, tomará parte en las operaciones, asistirá a las batallas de Castillejos y de Guad-el-Jelú, y entrará en Tetuán, donde editará un periódico, El Eco de Tetuán… Se llama Pedro Antonio de Alarcón, y se convertirá en uno de los grandes novelistas del siglo XIX.
El resultado de su aventura será la obra que presentamos: un largo reportaje, casi día a día, sobre la guerra, pero no sólo sobre lo que ve, sino sobre cómo la percibe o, mejor, cómo la siente. Aunque no nos encontramos ante un libros de historia, aunque predomina la crónica y lo literario sobre el análisis sereno de los acontecimientos, sin embargo su relato, además de ameno, es de gran utilidad para percibir las mentalidades, los valores dominantes en la sociedad española y occidental.
Nos encontraremos con un nacionalismo exacerbado en el que pesa determinantemente lo romántico (por más que las modas culturales estén girando hacia un realismo de mesa camilla, un tanto garbancero); un liberalismo que tiende a arrinconar sus matices más republicanos y extremistas ('¿la guerra me ha hecho neocatólico?', se preguntará un poco irónica y retóricamente el autor); un imperialismo idealizado que manifiesta el complejo de superioridad de los europeos de ambos continentes; y su correlato, un racismo todavía no elaborado, con sus ribetes paternalistas y benevolentes, pero que ya reparte patentes y marchamos definitorios a los distintos grupos humanos…


Re: Alarcón, Pedro Antonio de - Diario de un testigo de la Guerra de África

NotaPublicado: 16 Ene 2016, 11:30
por JuanDeLezo

PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN
DIARIO DE UN TESTIGO DE LA GUERRA DE ÁFRICA


CON VISTAS DE BATALLAS, DE CIUDADES Y PAISAJES, TIPOS, TRAJES Y MONUMENTOS
CON EL RETRATO DEL AUTOR Y DE LOS PRINCIPALES PERSONAJES, COPIADOS DE FOTOGRAFÍAS Y CROQUIS EJECUTADOS
EN EL MISMO TEATRO DE LA GUERRA




PARTE DEL PRÓLOGO
(De la Edición Imprenta de Gaspar y Roig, editores. Madrid, 1859).
A LAS EXCMAS. GENTES DE CUMBRES BORRASCOSAS.

Musulmanes, independentistas, la chusma impía
que afrentando la sombra de Cisneros
con júbilo cruel nos desafía,
¿será que siempre nos aguarden fieros,
sin que salten ¡oh Dios!, a la venganza
trémulos de la vaina los aceros?
1858



Muchos años hace, mis respetables y queridos impenitentes, que el deseo de recorrer el imperio de Marruecos agitó por primera vez mi corazón.—Nacido yo en Sierra-Nevada, desde cuyas cimas se alcanzan a ver las playas donde la morisma duerme su muerte histórica; hijo de una ciudad que conserva las huellas de la dominación árabe, como que fue una de sus últimas trincheras en el siglo XV, y más tarde el foco de la rebelión de los moriscos; amamantado con las tradiciones, con las crónicas y con las leyendas de aquella raza que, como las aguas del diluvio, anegó a España y la abandonó luego, pero dejando en montes y llanuras indelebles señales del catolicismo; habiendo pasado mi niñez en las ruinas de mezquitas y alcazabas, y acariciado los sueños de mi adolescencia al son de los cantos de los moros, a la luz de su poesía, quizás bajo los techos que cobijaron sus últimos placeres, natural era que al abandonar mi hogar paterno y tender por el mundo una mirada ávida de poéticas impresiones, me sintiese solicitado por la proximidad del África y anhelase cruzar el Mediterráneo para tocar, por decirlo así, en aquel maravilloso continente, la viva realidad de lo pasado.
España, eterna vanguardia del cristianismo, vuelve de nuevo a la brecha contra los infieles; y he aquí también la razón del presente libro. —Desde el momento en que la voz de guerra sacó de su letargo al león de España, yo adiviné la magnitud de la cuestión y las proezas que nuestras tropas habían de llevar a cabo en el continente vecino. Presentábaseme la ocasión de realizar el sueño de toda mi vida, —visitar el África—, y al mismo tiempo podía presenciar una de esas epopeyas de que está llena nuestra historia y que más de una vez me habían hecho suspirar por haber nacido demasiado tarde.
Entonces surgió en mi imaginación la idea del libro que me prometo escribir; libro que será el diario de mis impresiones y pensamientos durante la guerra; la crónica de lo que vea y medite; la descripción de los lugares que recorra y de los acontecimientos a que asista. Careciendo de las dotes de historiador, me contentaré con ser narrador exacto; procuraré dar una idea a nuestros hermanos que quedan en España y a nuestras familias que nos siguen con el corazón, de lo que sea de nosotros, de lo que veamos, de lo que sintamos y pensemos. Confiado solamente en mi sensibilidad, me propongo hacer viajar conmigo al que me lea, identificarle con mi alma; obligarle a experimentar mis sobresaltos y alegrías, mis trabajos y mis satisfacciones; comunicarle aquello que mas pueda importarle de la suerte de nuestras armas, si no con la pericia militar que no tengo, de una manera que todos me comprendan. La vida del campamento, sus ocios y peligros; las noches de soledad bajo la tienda; la tarde después de la batalla; el himno de triunfo, las agonías durante el combate; la oración fúnebre de los que sucumban; el aspecto y costumbres del extraño pueblo que tendremos en frente, lo que no dice la historia, ni refieren los partes, ni adivinan los periódicos; la historia privada profana, particular de la guerra, todo esto compondrá el libro vario, desaliñado, improvisado, heterogéneo que entreví desde que formé la resolución de acompañar a África a nuestros soldados.

PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN